Francisco García Paredes




Me llamo Francisco, nací en El Salvador y tengo 26 años. Toda mi vida la he vivido fingiendo hacer bien las cosas, intentando caer bien a los demás y buscando mi felicidad, pero era solo apariencia. La realidad es que yo era irrespetuoso, irresponsable, no era de fiar y me comportaba como un niño inmaduro. En los estudio me costaba mucho aprobar y cuando lo hacía era de "churro". Por aquel entonces mi tío iba a una iglesia y empezó a llevarnos a mi familia y a mí, aunque yo asistía por la misma apariencia que me caracterizaba entonces. Iba religiosamente los martes, jueves, sábados y domingos, pero vivía una rebeldía dentro que no mostraba a los demás. Solo la manifestaba en casa con mi madre y mi abuela a quienes desobedecía constantemente y con mis hermanos a los que faltaba al respeto.

Empecé a trabajar en un taller de guitarras y me gustaba tanto que comencé a tener buenas intenciones para ayudar a pagar recibos en casa, ayudar a mi madre y poder pagarme unos estudios. Pero pronto empezó a salir el egoísmo y esas intenciones se quedaron en eso, intenciones. Empecé a salir mucho a la calle, y aunque al principio empleaba el tiempo en jugar al fútbol, pronto llegó el consumo de marihuana, eso unido a la vida que arrastraba me llevó pronto a preguntarme qué era la vida y para qué servía yo. Llegué a la conclusión de que era un mero ciclo como el de una planta, nacer, crecer, reproducirse y morir. Me estanqué en ese pensamiento y perdí el sentido de la vida, solo causaba preocupaciones a mi familia, no me importaba nada, y tampoco podía cambiar aunque lo deseaba. 
Un día en la iglesia, estaban preparando la navidad y el cura dijo que teníamos que preparar el corazón para que el niño Jesus naciera en él. Yo tenía algún concepto de quién era Jesus y sabía algunas de las cosas que había hecho por los demás. Esa noche en mi casa hice una oración:

"Dios, se que tú eres real y haces milagros. ¡Cámbiame, no quiero seguir preocupando a mi familia y quiero dejar de fumar!¡Ayúdame!"

Dios se lo tomó en serio. A los pocos días la policía nos llevaron a mis amigos y a mí al calabozo por algo que habíamos hecho tiempo atrás. Allí estuve unos días que me ayudaron a darme cuenta de algunas cosas: cosas que no estaba haciendo bien en mi vida, que merecía estar allí  y que necesitaba la ayuda de alguien superior a mí. Allí tuve un encuentro con unas personas creyentes y oraron por mí. A los tres días salí y empecé a acercarme a Dios, iba a la iglesia pero sentía que necesitaba más y al poco mi madre me propuso ir a España. 

Me compraron el billete de avión para venir a España, durante el viaje tuve problemas para entrar en el país, porque me pararon en varios controles de seguridad para preguntarme sobre la razón de mi entrada en Europa, pero gracias a Dios, con la carta de invitación de mi tío y con mi respuesta sincera de que venía a rehabilitarme en un Centro me dejaron continuar hasta Bilbao. 

Al entrar al Centro Vida Nueva y ver el versículo de bienvenida "Nada hay imposible para Dios", me pregunté si esa afirmación era real. Durante las primeras semanas en el Centro se me empezó a enseñar de forma práctica, en el día a día, cómo hacer las cosas bien, cómo trabajar bien, prestar atención, respetar a los demás..., me ayudaron a ello los cultos y el consejo de los responsables. Un paso importante para mi fue reconocer a Jesucristo como mi señor, recuerdo que fue en un culto de sábado cuando el predicador habló de la necesidad de nacer de nuevo, de arrepentirse y convertirse, creer en el Evangelio para seguir adelante.

Pasado el primer mes de adaptación, mi tío me preguntó si quería seguir en el Centro o marcharme, fue una pregunta que me puso entre la espada y la pared, me encontraba frente a la decisión de volverme a mi país y seguir viviendo la vida como yo quería o quedarme en el Centro y empezar a vivir una vida diferente. Por gracia de Dios escogí quedarme en el Centro y empecé a recibir la paternidad de Dios, sentí que tenía un Padre que me tomaba a su cargo para cuidarme y cambiarme, que se remangaba para trabajar conmigo, y me pedía que me fiara de Él, a lo que yo respondí que sí. 

A los meses me paró la policía y al ver que no tenía papeles, solo mi pasaporte, me citaron para ir a migración. Fue un momento en el que Dios me recordó y demostró que era mi Pastor y que nada me faltaría. En la reunión me hicieron muchas preguntas sobre la razón por la que estaba en España y había salido de mi país, y contesté con sinceridad diciendo que quería cambiar mi vida y en el Centro se me estaba dando esa oportunidad. De nuevo la gracia de Dios permitió que me dejaran quedarme sin plantearme más problemas.

En la comunidad seguí el proceso de cambio, gracias al equipo del Centro, fui creciendo y adquiriendo más responsabilidades, me confundí muchas veces y tuve que pedir perdón. Pero aprendí que el problema estaba en mi corazón, que yo necesitaba un verdadero cambio, y esto me permitió seguir avanzando. 

El tiempo del COVID fue otro momento para aprender que necesitaba mucho más de Dios y no olvidarme de cuál era mi propósito en el Centro, fue un tiempo precioso en el que aprendí a esforzarme y servir a los demás, a mirar más por las necesidades de otros antes que las mías. 

Hoy puedo decir que valoro la diligencia en mi vida, que por gracia de Dios puedo cuidar de otros, que ya no falto el respeto a mis autoridades, puedo ser responsable con los trabajos en el Centro y se puede depositar confianza en mí. Estoy trabajando en una gasolinera y he tramitado mi permiso de residencia en España. Aún me queda mucho por aprender y me equivoco, pero con ese don del arrepentimiento puedo seguir este camino estrecho, para hacer la voluntad de Dios y vivir su Evangelio, que es mi verdadera libertad.

Comentarios