Leslie Salazar


Me llamo Leslie, tengo 34 años y soy un testimonio vivo de lo que Dios puede hacer en una vida y de lo grande que es su amor y su gracia. Él es realmente asombroso.

Nací en Colombia, en una familia aparentemente normal o eso es lo que a mi me parecía, pero la realidad es que no era lo normal. Mi madre me tuvo con 16 años y mis recuerdos se entremezclan entre mi mamá y mi abuela. Mi mamá tenía que terminar sus estudios y cuando ella estudiaba me cuidaba mi abuela. Hasta aquí todos mis recuerdos eran buenos y felices, ya que era la niña consentida de la casa.

Cuando tenía 7 años mis padres decidieron viajar a España y fue entonces cuando empecé a ser un poco consciente de lo que se vivía en mi casa. Mi mamá casi siempre estaba triste o enfadada debido a que mi padre pasaba mucho tiempo fuera de casa, bebiendo y viviendo una vida desordenada. Esto era para mí lo normal porque no solo lo veía en mi casa, también lo veía en otras familias cercanas a nosotros. Con esta situación en casa fui creciendo y cargando con mi propia maldad, con un carácter muy fuerte y manipulador. También sufrí en esta época el aumento de la envidia pues siempre estaba comparándome con mis amigas, todas ellas españolas, con otra cultura completamente diferente y anhelando constantemente lo que ellas tenían: unos “padres perfectos”, una independencia deseable porque podían salir de fiesta, quedar entre ellas… lo que yo no tenía. Toda esta envidia con el paso de los años se fue convirtiendo en una rebeldía que me controlaba por completo.

Todo esto lo vivía por dentro, porque nadie lo sabía, para el mundo yo tenía una fachada perfectamente establecida de niña buena y educada. Era muy buena imitadora de las cosas que yo sabía que me hacían tener una buena apariencia. 

En medio de esto, con 10 años, nació mi hermano. Al principio mi reacción fue ¡Qué bien, un hermano pequeño!, pero la envidia que tenía dentro volvió a salir a flote y con mucha más fuerza. Quiero puntualizar que he amado a mi hermano desde que nació, pero lamentablemente me amaba más a mí, y ese amor por mi no me dejaba soportar que mis padres también amasen a mi hermano. Yo había sido hija única durante 10 años y tener que compartir todo lo que antes era solo para mí, me consumía de celos y egoísmo por dentro. Esto me llevaba a que siempre que podía le hacía cosas malas a mi hermano, pero guardando la apariencia de ser la hermana mayor perfecta. 

Desde mis 8 años iba a la iglesia con mi madre y después con mi hermano cuando nació. Mi papá no quería ir a la iglesia porque decía que él creía en Dios a su manera sin necesidad de ninguna iglesia.

Cuando tenía 15 años, mi padre empezó a ir a la iglesia y tuvo un encuentro con Dios, pero en ese momento yo ya no quería saber nada de la iglesia. Todo el mal que había ido creciendo conmigo se había asentado dentro de mí. Lamentablemente yo odiaba a mi papá con todo mi corazón y se lo decía de frente, cuánto le odiaba y le pedí que no llorara más por mí, que ya era tarde, que él tenía otra oportunidad de ser buen padre con su hijo pequeño, pero conmigo ya era tarde.

Así llegue a los 17 años, no solo llena de pecados, sino que también llena de heridas en el alma. No soporté que mi papá después de conocer a Dios quisiera ser buen padre cuando nunca lo había sido para mí y me fui de casa. A partir de aquí todo fue de mal en peor, escogí una vida de desenfreno. La apariencia de “niña buena” me empezó a dar igual, empecé a fumar, a beber, a salir de noche…

En este tiempo de “búsqueda”, busqué amor, alguien que me amara, pues no me sentía amada por nadie; así me encontré con el padre de mis hijos. Tengo dos hijos preciosos. Así, con 23 años me encontré a cargo de una niña de 3 años y un bebé, y terriblemente infeliz sin ganas de vivir. Las cosas con el padre de los niños iban cada vez a peor, pues no había amor, no había nada. 

Fui al médico porque sentía que no quería vivir más, pero tenía dos hijos a los que amaba más que a mi vida y le pedí ayuda. Me remitió al psicólogo, pero antes de llamarle llamé a mi mamá para contarle mi situación. Ella me dijo que le diera una oportunidad a Dios y que en Centro Vida Nueva me podían ayudar, y acepté. Yo solo quería que me ayudaran, que mis hijos salieran adelante.

Y fue en ese momento donde empezó mi “vida nueva”. El director del centro, cuando habló conmigo me dijo una frase que nunca he olvidado: “Quiero ayudarte, y si te dejas, te puedo asegurar que tu vida cambiará para siempre”. Y así fue. Fue la decisión más importante de mi vida, cortar con todo mi pasado y empezar esta nueva vida.

Gracias a Dios que me trajo a estas casas, porque ha sido un antes y un después. No era buena madre, ni hija, ni hermana. Era envidiosa y manipuladora y ahora puedo ser generosa y honesta. Era totalmente emocional, vivía por emociones, como en una montaña rusa. Aprendí a no vivir por emociones sino por lo que Dios dice que debo vivir. 

La felicidad no es algo que se gane, es un regalo y Dios me la dió. Yo no era feliz y vivía persiguiendo la felicidad, hasta que pude entender que mi única felicidad es Jesucristo. Ese amor que tanto buscaba lo pude encontrar en Él y lo llena todo. 

Pude pedir perdón a mis padres y ahora puedo mirar a mi papá y decirle cuánto le amo. Puedo mirar con ojos de amor a mi hermano, sin envidias ni celos. También puedo decir que aprendí y sigo aprendiendo a cuidar mejor de mis hijos, a darles todo lo que antes no podía darles, y esto solo es posible gracias a Dios y gracias a todas las personas que invirtieron de su tiempo, amor, paciencia y que nunca tiraron la toalla conmigo ni con mis hijos. 

Dios no sólo restauró mi vida y la de mis hijos sino que también me permitió ser ayuda para otras personas, para otras mamás. Porque Dios lo hace todo nuevo, lo hace todo bien. Y me dio una vida nueva, que ni en mis mejores pensamientos podría haberla imaginado. Si puedo contar todo esto es solamente GRACIAS A DIOS, GLORIA A ÉL POR SU VIDA NUEVA EN MI. Gracias. 



Comentarios