Nadia Ilieva


Me llamo Nadia, tengo 30 años y nací en Bulgaria en un hogar desestructurado. Mi hermana pequeña nació cuando yo tenía 5 años y enseguida sentí rechazó hacia ella, aunque ella solo era una bebé. Yo no quería que mi mamá estuviera con ella. Mis recuerdos hasta los 7 años están llenos de las peleas de mis padres; la violencia que ejercía mi padre hacía mi madre, discusiones, gritos y el llanto de mi mamá… Cuando cumplí los 8 o 9 años mis padres se divorciaron. Mi padre formó otra familia y mi mamá se quedó cuidando de nosotras. Por aquel entonces aparentaba ser una "buena chica". Los que me rodeaban decían cosas como: “Que chica más bonita”, “Que obediente es”, “Dice siempre la verdad”, “No es orgullosa”… Era todo mentirá, yo era todo lo contrario de lo que decían de mí. Puede que no lo enseñara por fuera, pero si hubieran podido ver mi interior, lo que tenía en el corazón, se hubieran asustado. Era una persona orgullosa, desobediente, siempre diciendo mentiras, muy tímida, encerrada en mí misma… Nunca sacaba lo que había en mi corazón, lo que vivía por dentro, me lo guardaba. Mi pecado crecía como una mochila pegada a mí.

Desde los 10 hasta los 13 años, más o menos, buscaba la aceptación de los demás en el instituto, llenarme con algo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa solo por agradar a los que me rodeaban y obtener su aceptación. Vivía con mucho miedo, miedo al qué pasará mañana y tenía pensamientos que no me dejaban dormir tranquila. Juzgaba a mi padre, deseaba su muerte con mis pensamientos. Era como si llenara una mochila con odio, tristeza, orgullo... Llegué a ver que en mí no había nada bueno. No podía amar, ni perdonar, sentía un gran rechazo hacia mi padre, le odiaba con todo mi corazón y eso que a los 11 años recibí a Jesús en mi corazón, pensé que al ser sobrina de pastor sería salva, pero no entregué mi vida por completo a Dios.

A los 15 años mi madre tuvo que venirse a España. El propósito de ese viaje que duró dos largos años era buscar trabajo y sacarnos adelante. Mi madre nos dejó bajo el cuidado de mis abuelos (sus papás). Cada mañana al despertar me proponía: “Hoy seré una mejor persona”, pero no podía cambiar mi realidad con mis fuerzas, necesitaba ayuda urgente. Intenté quitarme la vida, pero allí descubrí mi cobardía. No podía con mi vida, me odiaba a mí misma, mi vida no tenía sentido. Llegué a buscar de tal manera la aceptación de los demás que me junté a una chica que me trataba como su esclava: “Lleva esto, trae eso…”. Me metí en el mundo de la fama, desfiles y pasarelas solo porque quería llenar el vacío que había en mi corazón. Recuerdo que cuando llegaba la noche me encerraba en el cuarto y debajo de la manta lloraba y pedía a Dios: POR FAVOR, DIOS, SÉ QUE EXISTES, CÁMBIAME, ¡NO QUIERO VIVIR ASÍ!

La relación con mi padre no era nada buena, siempre estábamos discutiendo. Yo le trataba mal, faltándole al respeto y menospreciándole. La relación con mamá tampoco era nada buena, le echaba la culpa de todo, sentía mucho odio y rechazo hacia ella por haberme dejado durante dos años en Bulgaria. Con mi hermana pequeña era lo mismo, discusiones, gritos, peleas… no podíamos estar juntas.

A los 16 años mi hermana y yo llegamos a España. Yo estaba muy atada a la mochila tan grande que llevaba conmigo, es decir, una mochila llena de mi propio pecado. Estaba encerrada en mí misma, auto compadeciéndome continuamente diciendo: “¿Por qué a mí?”, llena de tristeza y amargura. Un día, la responsable de chicas de Vida Nueva nos invitó a comer en el Centro. Al entrar por la puerta descubrí que lo que buscaba existía, un lugar donde reina la paz, el amor, la disciplina y la obediencia. No tardé mucho en decirle a mi mamá: “¡Quiero vivir aquí!”. Y así, con 18 años, ingresé en el centro Vida Nueva. Dios comenzó, a través de los responsables del centro, a quitar cosas de aquella mochila pesada que llevaba conmigo hasta llegar a tirarla por completo. Pedí perdón a mi padre biológico por haberle menospreciado y por faltarle al respeto. Comencé a dar pequeños pasos de obediencia, le pedí perdón a mi madre y a mi hermana, empecé a decir la verdad, a no guardarme las cosas, sino decirlas. Desapareció el miedo al qué pasará mañana. La tristeza ya no estaba. Todo lo que sentía y vivía cambió por completo. La mochila que llevaba desapareció porque decidí seguir los pasos de Cristo, pase lo que pase.

Para mí Dios es mi Padre, mi refugio, en quién puedo confiar. Si no fuera por Él yo estaría muerta. Me dio una vida nueva. Él puso en mí una nueva canción: "Mi vida cambió y mi corazón llenó, ahora mi confianza está en Él…”. Ahora todo lo que soy es por Él y para Él. Sé que no hay nada imposible para Dios, si lo hizo conmigo, lo puede hacer con cualquiera.

¡Muchas gracias, Papá!

Comentarios

  1. Gracias por tu testimonio, Dios es bueno.

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  2. Muchísimas Gracias Nadia. Da gusto estar contigo. No eres la misma esta claro. Eres una bendición

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  3. Que precioso es Dios, cuanto amor derramado a tu vida. La mujer que describes en tu vieja vida, cuesta creer que hablas de ti. Yo conozco la nueva Nadia una sierva y una hija obediente llena de gozo. Pero sobretodo una preciosa hija que honra a su madre continuamente y una hermana amorosa. Es tan especial estar cerca de ti Nadia. Te amamos mucho Lina y Noa.

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  4. Que bien me hace Nadia ser testigo del cambio. Dios es bueno, cuando nos entregamos de verdad Dios se hace cargo de nosotros y en esos pasos de obediencia nos cambia la vida por completo, Dios no hace apaños... ¡Nos gusta estar cerquita tuya!😊

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  5. Gracias por abrir el corazón Nadia, recuerdo cuando llegaste y es cierto que ya no eres aquella, eres una preciosa hija que sirve al Padre por amor. Siempre me confronta tu fidelidad y excelencia en el servicio, gracias por bendecirme tanto. ¡¡Gloria a Dios por tu vida!!

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  6. Menos mal que Dios siempre interviene a tiempo en aquel que clama por su ayuda. Gracias por contar los milagros de Dios en tu vida. Eres una bendición.

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  7. Cuanta gloria de Dios.
    Gracias Nadia, gracias Vida Nueva!

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